Sucumbir al estado fútil del desasosiego queriendo ensordecer la libertad
con baratos suplicios es morir de inmediato, es pensar que existes más allá del
sol por el solo capricho de serlo, y enceguecerte al instante con semejante
luminosidad, que nunca te ha pertenecido. El estado vacío del hombre está todo
el tiempo llenándose de falsos atardeceres otoñales cuando el verano todavía no
termina de florecer, bailando en la oscuridad que se agrava con las sombras
fétidas de los miedos. Cubrirse de lodo, embriagarse de obsesión y llorar tras
los acantilados es igual a flotar entre sombras con voces apagadas que
solo se estremecen al compás de los tambores de hojalata. Negarse a crecer
dentro de los jardines esmaltados por Alicia, cuidando no brincar para no caer,
es igual a quedarse dormido sin jamás soñar, colapsado por cargas eléctricas
haciendo corto circuito, paralizando el cuerpo, el molde partido a tajos, las
formas sordas, las manos quietas, en el estanque, bloqueando el agua, su curso,
su cadencia, con falsas promesas que no cumplirán nada terrenal, nada más
grotesco que el reflejo de Nadie dentro de la materia fundida en cenizas tras
los pasos de un agente aberrante y embrutecido.
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