viernes, 29 de junio de 2012

Fortunas heredadas



Para Ismael, que sin él, no se que tanto de mi sería posible.


 
Era una conmoción única lo que me provocaba ver las grietas que mostraban sus manos, con la fuerza que les caracterizaba. Eran idénticas a las de aquel viejo que tanto le había enseñado, aún incluso cuando postrado en su cama, se las sujetaba. Ante mis ojos nunca volvería a aparecer ese rostro con esa mirada opaca y esas lágrimas rodando sobre sus mejillas en el día aquel en el que se dijeron adiós. Y la dicha gigante que le pareció ser el testigo principal de sus últimos respiros, como la mejor fortuna heredada. Ahora tras los años que corren, esas manos siguen intactas, impregnadas de fuerza, negándose a lo imposible, en una lucha constante incluso en lo que está lejos e incomprensiblemente cercano, y dentro de las cercanías que se comprenden, estamos: él, yo, la misma vida y todo lo que dentro de ella se regenera tras esas nubes que como espuma, a veces simplemente desaparecen.

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