Lo había encontrado, no era
necesario abarrotar las ideas con sensaciones huecas. Todo estaba programado, los canales limpios moviéndose en zigzag,
construyendo los surcos aquellos que se habían desmoronado con el paso de los
negros días que mataron sus sonrisas, cual arma letal llegando profundo, con ese
solemne actuar obtuso, tras los anhelos que se cerraban en cada parpadeo de sus grandes ojos trasparentes como esferas
sólidas. Ya no había necesidad de ese montón de burbujas hechas con yerba mala
y aglutinante.
¿Sería acaso que solo esperaban
el comienzo de aquel resplandor tras ese final retrasado e intensamente
necesitado, irrumpiendo con sus bajas pasiones? Era hora de respirar lento pero
profundo, deteniéndose a cada momento, para levantarse y seguir en ese andar sereno
que tanto estuvo perdido.
Había llegado el tiempo de mirar
al cielo y reflejarse, de volverse amantes eternos cuál música etérea
traspasaba cada hora su venas, uniéndose más allá de cualquier motivo terrenal
y no por buscar misericordia ni adoración en lo que no se ve y tampoco se
comprende, sino por saberse ahí, tan naturales como humanos pero conscientemente
habitables y desmesuradamente capaces de hacerse flotar teniendo a la vez los
pies firmes por y para ellos mismos.
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