Llegó la hora azul, esa que habla de las emociones del mundo, la cual hizo un paréntesis en su rutina, convirtiendo el cielo en sonrisa, dando paso a la lluvia que cayó seductora, con un tiempo aproximado de dos vidas hechas una, en un instante que jamás guardó pretensiones. Era difícil definir lo que sucedía, porque cada que pasaba era como un renacer en algo que no tenía raíces ni cosechaba frutos, sin embargo resultaba tan natural como la tierra que alimenta todo lo vivo. Eran los ojos lluvia, eran las gotas verdes, eran risas y goce. Era comprobar que lo eterno no existe, y dejar de aferrarse a lo divino, era ser tan mortal y atreverse a des-complejizar la existencia. Era salir del vacío en su apuesta constante. Era un día sin nombre, por cierto.
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