Te maté justo a la
vuelta, del día que naciste. Sin poder comprender como era que había sucedido
todo, solo emergieron sonrisas de las cicatrices, se apoderó de mi un jubilo
que me adjudiqué con tanta fuerza, que casi me dejó ciega, y así con esa
neblina frente a mi, decidí seguir caminando, sin correr, sin agitarme, sólo
sintiendo como el olvido también me había dejado huellas, profundas y frías por
crueles y atinadas.
La movilidad de mis pasos
junto a mi mente laceraban mi cuerpo, ese que se sentía enfermo, enfermo de
consecuencias perturbadas por falsas decisiones que rompían cristales
maltratado por los años, envejecidos por los miedos y arrugados por el dolor
profundo que sumaban mi existencia.
Me permití tanto y lo
pensé tan poco, que aún hoy no encuentro ciertas piezas que considero
elementales para este rompecabezas que soy yo misma. No podía creer a veces lo
que mis manos tocaban y lo que mis ojos veían, de lo que estaba tan cerca, en
lo que yo misma me movía…
Hablo en primera persona,
porque esa primera persona que soy yo, hace eco con la tercera que en discordia
se encuentra cuando frente al espejo las mascaras se caen y rebasan los
rostros, donde el aire corta como una fina navaja, donde las ganas se mueren
con cada parpadeo, porque el hecho de encender el automático no me garantiza
ningún buen sabor de boca, porque las descargas me han dejado blandos los
tendones de mis convicciones y fugaces mis deseos por febriles mis impulsos.
No puedo decir, ahora que
nada pasa, porque ha pasado de todo, y en tan corta vida, y en tan prolongado
tiempo, y entre lagrimas y risas, hago una pausa y me debilito al no poderme
comprender en el mismo instante en que me pienso. Fue estúpido el
arrepentimiento, en vano el intento, porque te maté de noche, te maté con la
propia sombra de mi sonrisa, te maté y cual sin sentido sigo haciendo todo para
que en el ultimo instante, respires.