Se quedó en la oscuridad, la luz de la vela que mantenía en la mesita de al lado fue lo que le rescató de las sombras, ubicadas en un momento tal, donde todo carácter de inquietud desapareció sobre los chorros de la lluvia que estalló tras la ventana, que solo vio caer, y que le impidió escucharse dentro de sí.
Era evidente, estaba perdido, temblando del susto de no volver a contemplar su horizonte, como lo había hecho veinte años atrás, cuando el sol le pintaba sus mejillas y le sonreía con cada amanecer, nunca prestó oído para palabras que le llegaban del exterior, sino completamente ciego y cruel, le llegó a cuenta gotas la suma de lo que una vez logrado, bueno o malo, le llevó a ese callejón sin salida, del que todavía sigue dando vueltas en círculos pequeños pero inagotables, cada cual como eternos, en su estado más puro.
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