Ritmo cadencioso, miradas
perplejas, sonrisas envueltas en fantasías precoces, embelleciendo horizontes,
alucinando dragones con las pupilas encendidas de pasión desmesurada, las manos
envueltas, la lluvia cayendo, el cielo dormido, las piernas cansadas, los labios
secos, ritmo cadencioso, repetición de instantes, como imágenes disueltas en
agua trasparente, deformaciones certeras de esa vida que se va y ya no vuelve,
donde permanece la sonrisa, se va la muerte, se abre el abismo, se come las
pupilas, la pasión encendida, las manos cayendo, el cielo en melodía de gritos,
las piernas dormidas, las aves cantando, ritmo cadencioso, miradas lentas,
fantasías añejas, pupilas muertas, dragones bailando, la lluvia cesando, el
frio ardiendo, ritmo cadencioso, dragones, pasiones, y sonrisas muertas.
Entre las falsedades de la geometría y la apertura a lo ilegal: secuencias, fragmentos, juegos de color, luces invertidas, óptica, elementos que componen un plano que cuando se tridimensionaliza se disuelve y como planicie, adquiere nombre propio:
lunes, 9 de enero de 2012
domingo, 1 de enero de 2012
Los números, la ciencia y la sopa de coditos.
Yo al igual que Freud, nunca conocí al Doctor
Schreber, sin embargo Freud lo estudió a través de “Memorias de un neurópata”
yo NO. Pero eso no es lo que importa, ni de lo que vamos a hablar a
continuación, sino del tema que nos interesa, extenso como el todo, el cual carece de sentido
científico y serio, claro está, si
jugamos con los números y hacemos pasta de coditos con la ciencia. Esta
vez jugaremos a no saber más allá de los sueños frustrados y el sentido de la
paranoia que esto causa.
Como una mujer en el punto máximo de
histeria, en el que su mundo no gira, se queda quieto ante tal circunstancia y
ella sigue que sigue dando vueltas sin parar, y todavía no satisfecha con el
caos que protagoniza, se envuelve en una sábana blanca y pide desesperada que
la lleven al psiquiátrico mientras está frente al espejo maquillando su
imperfecto y surcado rostro preparándose para ir a misa, después de llevar los
niños al colegio.
Los niños viven la locura de manera divertida
y ríen sin parar al ver a su madre en la absurdidad del instante en el que ni
ella misma se da cuenta que es un día como cualquier otro, en el que se mueve
por doquier como siempre, con todo lo que explota dentro de ella.
Los arboles que rodean la casa bailan con el
viento y hacen canciones de hojarasca que traen recuerdos felices vividos en
otros tiempos, cuando nada parece complicado. Cuando el hecho de escuchar mil
voces al unísono no impacta más allá de aquella pared blanca en donde los
bordes de las texturas comienzan a dibujar notas musicales, acuarelas blandas,
perfumes caducados, lienzos rotos y vidrios queriendo ser grandes, en la
alucinación más bella de una trascendencia inerte.
¿Y la muerte? ¿Y el silencio? ¿Y la luz?
Entrelazados como el abrazo de los amantes que se juran amor eterno y en el
mismo momento esconden sus rostros bajo la sombra de las montañas, porque no
pueden sostener miradas fuertes y eternas, porque las encontraron sucias y
estancadas en el baúl de lo “prohibido”.
Dentro de ese baúl sin fondo, se esconden: la
madre, los hijos, Freud, el Dr. Schreber, los números, la ciencia y la sopa de
coditos, de donde se ha cocinado este rico banquete.
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