jueves, 6 de septiembre de 2012

Hipnogónia




Nunca en su vida, había pensando que era tan fácil despegarse de su insomnio turbulento que le acosaba día tras día, hundiéndose en esos caminos intensos que jamás pidió, sin embargo, sustentaban su andar. No supo si en cada instante de esos estaba muriendo de apoco, dejando de lado todo lo que subvertía en sus adentros.
No le bastaba con imaginar, lo veía todo, así tal cual, como un enjambre de colmenas que aunque culpables, le liberaban lo peor de sus entrañas. Quizá esa mañana lo pidió, y le fue imposible recordarlo, solo sabía que había llegado el momento, se acostó y le dio la bienvenida. Dejó que le rodearan esas visiones inexplicables que recibía de manera violenta, rápidas, severas, vio que caía, dando vueltas en esa estática que le ahogaba sus propios gritos, sintió que rodaban lagrimas por sus mejillas, sin poder secarlas, sin poder siquiera tocarlas. Pedía ayuda a seres inexistentes, sabiendo que le hablaban, escuchaba carcajadas que venían del otro lado de ese túnel oscuro, que vislumbraba a lo lejos. Era más que morir, era más que sobrevivir a la guerra sucia en la que se encontraba. Una guerra que sin pedir, existía, que volvía ayeres y ahoras, sin un futuro preciso, inexacto en su desplomo.
Sin embargo, esa mañana se le sumó la caída más larga de toda su historia, y eso, sin ponernos a contar esa historia que se entregaba al mundo y que le dejaba en evidencia. Parecía que los temores arraigados ya no le desmantelaban el alma, ni siquiera en caricias arcaicas que hacía propias. Ahí era donde se reflejaban de la forma más libre, esas ganas de volar, de moverse al compás de la música que estaba produciendo sin saberlo, ese sonido fuerte, tan fuerte que le abandonaba simplemente para compartir su ligereza. Si… Ahora todo le era más ligero que ayer, a la misma hora y en el mismo lugar. Ese lugar sin nombre y con mucha resonancia, suyo finalmente.