Era el final, era partir de cero, caminar sobre ruinas y sobre de ellas
construir esos tan solicitados castillos de arena que siempre los destruía el
viento, tan fácil, tan sutilmente, que te seducían de a poco pero intensamente.
"¿Como convencer a los muertos de lo que permanece más allá de ellos
mismos, cuando no existen más que en los recuerdos aprisionados de los
corazones vivos?"...
Todo aquello lo contaban las noches y las falsas esperanzas, llegaban en
hileras acartonadas por el frio, buscando calor debajo de los colchones hechos
añicos por el tiempo, derruidos por las viejos deseos que se los comían vivos,
y así se volvían nada, intensos para martirizarse, complejos para sacrificarse,
estúpidos para liberarse, incrédulos para amarse, sin embargo obstinados con
las ganas intensas por vivir todo aquello que surge
sin cesar día tras día y se funde al unísono con el ocaso.