Una vez mezcladas las causas y los estilos, permanecen en la incertidumbre de un futuro que sin saber motivos más allá de los generados para devastar el propio acontecer, se quedan varados en la necesidad de cuestiones que al no tener respuesta, desaparecen dejando un profundo olor fétido en las aceras de las casas habitadas por falsos argumentos y necesidades de reconocimientos. Todo es confuso: Las paredes cortas y las tardes rojas, las pastillas derretidas en las escaleras en las que sólo puedes bajar, y aferrarte a subir como si no fueran artificiales, expulsándote fuerte y sin calma. El viento quieto invitándote a bailar con él, saliendo a correr para atrás, siempre para atrás, con las manos alzadas al cosmos y los pies enterrados en tierra gruesa y negra. Batallando con la luz y el canto de las gaviotas, observado despacio el contorno que se infiltra a través de espasmos dentro y fuera del cuerpo que una vez sin nombre ni número adquiere medida para todo y por lo mismo, sin caber en ningún lado. Esta sería entonces la composición perfecta de un día que sin llegar, está siempre presente y camina de la mano junto a la levedad de las cosas que jamás se resuelven y por tanto, se congelan en la incapacidad de abrir fortalezas dentro del océano.